Por Antonio Rosales (copublicado por Los Ángeles Press)
De acuerdo al diccionario de la Real Academia Española (RAE), la palabra “diva” significa: “Dicho de un artista del mundo del espectáculo, y en especial de un cantante de ópera: Que goza de fama superlativa” y también “Divino, divina. Aplicado a deidades gentílicas, a los emperadores romanos a quienes se concedían honores divinos después de su muerte, y, por extensión, a otros personajes ilustres”. En el habla hispana, suele utilizarse para las figuras del espectáculo, en especial para aquellas estrellas de las décadas de los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado, que lograron gran reconocimiento nacional o internacional a través de la música, el cine, la radio, el teatro y/o la televisión.
Silvia Pinal en un fotograma de la película Maribel y la Extraña Familia.
No son pocas las divas que México ha dado, o recibido de otros países: Virginia Fábregas, Mimí Derba, María Conesa, María Teresa Montoya, María Rivas, Sara Montiel, Ofelia Guilmain, Marga López, Carmen Montejo, Katy Jurado, Libertad Lamarque y, desde luego, Dolores del Río y María Félix, “La Doña”, como quizás las más destacadas a nivel mundial. Si tuviéramos que incluir a las actrices de la cultura angloparlante en el concepto, sin duda no podrían faltar la misteriosa Greta Garbo, Marlene Dietrich, Audrey Hepburn, Shirley MacLaine, Elizabeth Taylor, Vivien Leigh, Katharine Hepburn, Olivia de Havilland, Bette Davis, Joan Crawford, entre otras que marcaron el cine clásico de Hollywood y la llamada Época de Oro del Cine Mexicano.
No menos importante fue el trabajo, fama, talento y popularidad de la sonorense Silvia Pinal, fallecida este 28 de noviembre en el Hospital Médica Sur de la Ciudad de México, tras complicaciones de salud derivadas de una infección en las vías urinarias. Si bien aún sobreviven figuras como Elsa Aguirre, Alma Rosa Aguirre, María Victoria y Ana Luisa Peluffo, sin duda podría definirse la muerte de Silvia Pinal como el inicio del fin de las divas en México.
Dirigida por Julián Soler, Joaquín Pardavé, Arturo Ripstein y Luis Buñuel, entre otros, la filmografía de Pinal (Un rincón cerca del cielo, Doña Mariquita de mi corazón, Historia de un abrigo de mink, María Isabel, El casto Susano, Viridiana, El ángel exterminador, Simón del desierto) ha marcado generaciones. Se desarrolló en México, España, Argentina, Italia y Brasil, y abarcó géneros como la comedia, la farsa, el cine musical, el melodrama, el surrealismo y la tragedia.
En televisión, Pinal desarrolló toda su carrera en Televisa y participó como actriz, productora y conductora en telecomedias, programas unitarios, programas de revista, sketches cómicos y telenovelas, entre los que destacan: Silvia y Enrique (1968-1972), con su entonces esposo, el polémico cantante Enrique Guzmán; Los caudillos (1968), Cachún cachún ra ra! (1981), Mañana es primavera (1982-1983), telenovela producida y protagonizada por ella misma, en la que participó junto con su hija Viridiana Alatriste, fallecida en un accidente automovilístico antes de concluir la producción; Carita de ángel (2000-2001); Mi marido tiene familia (2017), y algunas participaciones especiales en su bioserie Silvia Pinal, frente a ti (2019), donde fue representada por Itatí Cantoral.
Mención especial merece el programa unitario Mujer, casos de la vida real (1986-2007), emisión producida y conducida por Silvia Pinal, que mostraba episodios con problemáticas relacionadas con la violencia intrafamiliar, la discriminación, el abuso sexual, entre otros. El programa tuvo un gran impacto en la sociedad mexicana y fue una plataforma para el inicio de muchos actores, o la oportunidad de retomar su carrera para actores ya retirados.
En teatro, actuó en obras como Don Juan Tenorio, y sobresalió especialmente en el teatro musical con las adaptaciones mexicanas de Mame, Hello, Dolly! y Gypsy.
Es lamentable que su última participación en teatro haya sido en algo deleznable, ínfimo, barato e indigno del nivel y de la trayectoria de la artista: Caperucita, ¡qué onda con tu abuelita! (2022), producción de Iván Cochegrus, dirigida por el actor Carlos Ignacio y actuada por María Rebeca Alonso, Maripaz Banquells, Carlos Ignacio y una Silvia Pinal que, es triste y vergonzoso recordarlo, causó más conmiseración y preocupación por su estado de salud y falta de conciencia que alguna reacción por su “actuación”, la cual, a todas luces, ya no estaba en condiciones de realizar.
Más allá de las razones por las que se haya decidido montar algo tan mal hecho, mal escrito, mal actuado, mal dirigido y mal producido, e incluir en ese desastre a una diva de la talla de Silvia Pinal, e independientemente de si fue decisión de su familia, del productor (presunto amigo de la actriz y de la familia), o de ella misma —como declararon a medios para justificarse por tenerla trabajando en esas condiciones y en algo tan horrible—, es deprimente recordar que el último trabajo de la artista fue en algo plagado de albures, chistes malos, musicales mal realizados y con una Silvia Pinal apenas consciente de dónde se encontraba y que con dificultad musitaba sus diálogos, sin darse cuenta del circo de mala calidad del que la hicieron parte. A causa de su lamentable estado, la obra tuvo pocas representaciones y, en la mayoría de esas pocas representaciones, tuvo que ser sustituida por las actrices Norma Lazareno y Aída Pierce. En su mayor parte, el periodismo de espectáculos se sumó a aplaudir la farsa. Sin embargo, los videos y fotografías que en redes se conservan de la obra, así como los comentarios del público y algunos youtubers que cubren farándula y espectáculos, son un botón de muestra de lo humillante que fue aquello.
Relacionada sentimentalmente con Rafael Banquells, Emilio “El Tigre” Azcárraga Milmo (padre de Emilio Azcárraga Jean), el empresario Gustavo Alatriste y el político Tulio Hernández, la actriz también se involucró en la política y fue senadora por el Partido Revolucionario Institucional en los años noventa. La diva fue madre de la también actriz Silvia Pasquel, la cantante Alejandra Guzmán, Luis Enrique Guzmán, y abuela de la cantante Stephanie Salas.
La muerte de Silvia Pinal sin duda es el inicio del fin de las divas en México, y quizás del concepto “diva” aplicado a la farándula como tal. La “diva”, de divinidad, proviene de una época en que las estrellas de la farándula conservaban un halo de misterio, dignidad, feminidad, superioridad y elegancia; una mezcla de artistas, damas de sociedad y figuras con cualidades casi místicas para masas de admiradores que las seguían con admiración, adoración y respeto por doquier, y en la que a estas personalidades se les capacitaba para actuar lo mejor posible, vestir bien, expresarse correctamente en público, ofrecer una imagen familiar y tradicional (aunque, en algunos casos, no correspondiera a lo que realmente eran sus vidas privadas), así como una constante preparación para actuar, cantar, bailar y conducir para poder desarrollar cualquier tipo de personaje.
La época de las “divas” fue una época de vestidos largos, abrigos de piel, vida nocturna muy activa; baladas, boleros y rancheras como géneros musicales predominantes; del divorcio como tabú, de los estereotipos femeninos de la ingenua desvalida o la vampiresa insaciable (al estilo de la protagonista de Rubí, la historia escrita por Yolanda Vargas Dulché en las historietas Lágrimas, risas y amor de la misma época); los arquetipos de masculinidad que simbolizaban actores como Pedro Infante, Luis Aguilar, Jorge Negrete y Arturo de Córdova; la comedia de enredos, de humor físico o de pastelazo, que se solventaban sin necesidad de alusiones hipersexualizadas; el melodrama, en sus múltiples variantes y expresiones, como el género principal en la televisión y el cine de este país, y en el que el periodismo de espectáculos se centraba en el trabajo y talento artístico, y no en peleas personales o la vida sexual.
Para algunos nostálgicos de esos tiempos, aquello podría parecer el paraíso. No obstante, no hay que olvidar que también fueron años de mucha represión política y sexual, censura, menor cobertura y velocidad en la comunicación, y en los que la mayor parte del público tenía que conformarse con esas formas de pensamiento y entretenimiento, sin la opción de buscar contenidos más acordes a sus criterios o de incluso generar su propio contenido de forma amateur, tal como ofrecen las redes hoy en día.
Aunque, al ver programas tan malos como La casa de los famosos, la glorificación que en las últimas décadas ha gozado gente nefasta como las Kardashian, los realities tipo Acapulco Shore, los talk shows de Laura Bozzo y Rocío Sánchez Azuara que ocasionalmente siguen contaminando la televisión abierta nacional (aunque con menos espacios, afortunadamente), el trabajo del periodismo de espectáculos, que en su mayor parte deja mucho que desear, y la atención que le siguen dando una gran parte de los mexicanos a todo este contenido chatarra (hubo gente que pagó un boleto y llenó las salas de cine en México para ver el final de la última edición de La casa de los famosos), y con un panorama lleno de “celebridades” hechas al vapor que no saben actuar, cantar, bailar, conducir, improvisar y, en ocasiones, ni siquiera tienen un ápice de carisma o buena dicción…
Finalmente, uno no puede evitar suspirar y preguntarse: ¿En qué momento echaron a perder, a tal extremo, el gusto de los mexicanos? ¿No sería momento de aprenderle un poco y recuperar algo de todo el legado que dejaron todas esas divas como Silvia Pinal, hoy en extinción? ¿Qué le pasó a México, que pasamos de María Félix, Dolores del Río y Silvia Pinal, a Wendy Guevara y Gala Montes?
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