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Pinceladas de Asia: Paisajes soñados de Ninh Binh

A unos 100 kilómetros al sur de Hanói se encuentra Ninh Binh, una región del norte de Vietnam cuya belleza natural es equiparable, para algunos, a la de la Bahía de Halong, solo que esta última se extiende sobre el mar, no hacia el interior del país.


Mi escapada relámpago a esta región fue decepcionante y un fracaso logístico. Opté por un viaje de ida y vuelta a Hanói el mismo día y, enseguida, me percaté del craso error que había cometido. Para deleitarnos con los paisajes y la experiencia que nos regala esta región es necesario elegir una estancia de una o dos noches. De esta manera, se puede diseñar un recorrido más amplio, con más paradas y sortear las horas más calurosas y húmedas del día, las cuales causan auténticos estragos en quienes, como yo, no estamos acostumbrados a condiciones climatológicas extremas.




Nuestra primera parada fue Hoa Lu, antigua capital de Vietnam desde finales del siglo X a principios del XI. Aquí se encuentra la ciudadela y el templo Đinh Tiên Hoàng (imágenes inferiores), un punto que congrega a tantos turistas que aniquila todo objetivo de realizar una visita relajada. Construido al pie de la montaña Ma Yen, el complejo destaca por su belleza arquitectónica, la cual contrasta con el frondoso paisaje arbolado de la zona. Entre sus muchas reliquias, en su interior, el templo custodia un dragón de piedra, de una fuerte carga simbólica en la cultura vietnamita.


Además del calor insoportable que hacía desde primera hora de la mañana, se nos vino encima un aguacero que nos obligó a refugiarnos en el templo durante media hora: todos apiñados como sardinas, sudando sin parar y, para colmo, las mujeres con las piernas cubiertas hasta los tobillos por un pareo de un grosor tal, que parecía que estuviéramos en el mes más gélido en la Antártida.


Como ya íbamos con retraso, el resto del día fue un sin parar, corriendo de un lado a otro y con la sensación y frustración constante de no haber visto nada, o de hacerlo de pasada.


Tras la comida ––la peor que me han servido en años––, nos trasladamos al complejo de Trang An, reconocido por la UNESCO como patrimonio de la humanidad y donde se han encontrado excavaciones que prueban la adaptación humana a los cambios climatológicos, medioambientales y geográficos desde hace 30.000 años.


Con el sol en pleno apogeo, surcamos en barca de madera el Río Rojo, flanqueados por macizos de picos cársticos y atravesando varias cuevas y pasadizos hasta que, finalmente, desembarcamos en uno de los múltiples templos de la zona. A nuestro alrededor nos acompañaban en el trayecto cientos de turistas a bordo de otras embarcaciones. En la popa de cada barca iban los remadores, cubiertos de cabeza a pies, incluyendo el rostro y los brazos.




Los otros tripulantes de la barca iban, como yo, desfallecidos (imagen superior, ambos en naranja), aunque pudieron refugiarse con un paraguas. No resulta difícil percatarse del enorme sacrificio y castigo físico al que se someten los remadores para trasladar a los turistas de una zona a otra (imagen inferior).



La remadora de mi embarcación descansó una media hora al sol (imagen superior) mientras visitamos el templo, constituido por varios edificios, reliquias y generosas ofrendas (imágenes inferiores).



La última parada fue la Cueva Mua, desde la cual se asciende a pie hacia la cima de la montaña. Los cerca de 500 peldaños de subida se tornan infinitos ante el calor y la humedad extrema de la región, sobre todo, cuando flaquean las fuerzas después de un día de trajín y calor intenso. El guía apenas concedió una hora para realizar un recorrido que, para completarlo de manera prudente, cómoda y poder saborearlo, debería ser de unas dos horas entre la subida y la bajada.


La escalera principal de subida se bifurca al alcanzar medio trayecto, y el turista debe elegir qué recorrido seguir. Para aquellos que van holgados de tiempo, pueden completar ambos.


Para quienes se aventuren a completar la subida, es necesario que sean conscientes de que, por tramos, no hay barandillas de seguridad y se camina sobre piedra y escalones desiguales y desnivelados. Por precaución y ante el mareo que tenía, renuncié a subir la última docena de escalones que conducían a la cima. El riesgo, para mí, no estaba justificado.


La imagen inferior de la derecha, con el dragón como gran anfitrión, marca el inicio del ascenso por la montaña que conduce hasta la cima (imagen de la izquierda).



La imagen inferior captura la belleza paisajística que se observa desde la cima de la montaña. La instantánea fue capturada por Sam, un viajero holandés que me acompañó en el trayecto de bajada.



Las últimas fotografías del día las capturé de camino al autobús. Y es que los paisajes de ensueño, los escenarios cinematográficos y el entorno de ciencia ficción que rodea a Ninh Binh atraen a infinidad de vietnamitas y turistas ansiosos por la pose perfecta (imágenes inferiores).




Fotografía: Aitana Vargas




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