Los Ángeles (CA) — Hay puntos que definen partidos, otros que definen carreras. El encuentro de cuartos de final que enfrentó hoy al número uno del mundo, Rafa Nadal, contra el austriaco, Dominic Thiem, podía haberse convertido en la confirmación de un relevo generacional que no acaba de cuajar en el circuito profesional de tenis y que muchos piden a gritos.
Pero la maldición de las grandes leyendas acabó imponiéndose sobre esa posibilidad y, al final, la hegemonía del jugador español sobre las nuevas generaciones disipó cualquier atisbo de duda. A sus 31 años, Nadal es el máximo exponente de la época dorada del tenis. Su leyenda sigue agrandándose y el abismo entre él y sus rivales más jóvenes se ensancha.
Muchos querían que Thiem hubiera sellado su pase a las semifinales del Abierto de Estados Unidos, donde ya espera a su rival el argentino Juan Martín del Potro. Pero el vendaval Nadal nos devolvió de nuevo a esa realidad que atormenta a los más jóvenes. Y aunque esa realidad tardó casi cinco horas en llegar, se cristalizó como una sombra pesada que uno, aún resistiéndose, solo puede contemplar, aplaudir y alabar.
Hoy, de nuevo, un Rafa Nadal peleón, testarudo y aguerrido, demostró por qué es el mejor jugador del mundo. Desmontó a un rival que logró más puntos ganadores que él y que exhibió las debilidades del manacorí en el primer set del partido con un sólido e incontestable 6/0. Pero ni siquiera eso fue suficiente para doblegar al español, y el austriaco acabó cediendo por 0-6, 6-4, 7-5, 6 (4)-7 y 7-6 (5).
La cita de hoy era, sin duda, la revancha anhelada por Thiem. Era la oportunidad más factible para disipar dudas y reivindicar un lugar en la ATP que sigue a medio camino entre lo que él quisiera ser, lo que muchos esperan de él y lo que realmente es. Al filo de la gloria, en ese lugar intangible y efímero donde se esculpe la historia de los más grandes, Thiem tembló, sucumbió y pereció en la muerte súbita del quinto set.
Fueron apenas dos puntos de diferencia que quizá, en otro encuentro hubieran sido imperceptibles y que no hubieran cambiado el rumbo de la historia, pero aquí catapultaron al austriaco al abismo. Porque son precisamente esos dos puntos los que separan al más grande del mundo de los jóvenes jugadores que siguen sumando años y que no logran derrocar la tiranía encarnada por Roger Federer, Rafa Nadal y Novak Djokovic. Son los puntos de la gloria, los que te encumbran hacia un primer título de Grand Slam y los que te impulsan a sumar títulos pasada la barrera de los treinta años.
Pero Thiem, ese jugador que mes tras mes envejece y en el que muchos desean ver al sucesor de Nadal sobre la tierra batida, no supo derrotar al rey de la arcilla ni en la final de Roland Garros de este año, ni hoy sobre la pista dura de Flashing Meadows. En París, Thiem no gozó de demasiadas opciones. Nadal pasó sobre él como un rodillo que te asfixia y que te engulle sin piedad.
En la Gran Manzana, con el aliento y la euforia de miles de seguidores que aguantaban estoicamente la humedad, Thiem pudo haber encontrado su lugar y su momento en la historia del tenis. Pero reconfirmó lo que ya sabemos.
Nadal es hoy más grande que ayer. Su leyenda sigue agrandándose y escapándose de la generación que le persigue. Estamos viviendo la época dorada del tenis con Nadal, Federer y Djokovic dominando el circuito en su treintena. Y más vale que la disfrutemos porque dudo que haya una igual en el futuro.
Con un remate que sobrevoló la red y aterrizó más allá de los confines de la cancha, Thiem vio disiparse su presente y su futuro. Nadal alzaba los brazos hacia el firmamento, caminaba con paso firme hacia su futuro, sellando así su presencia en semifinales, acariciando los 20 títulos de Grand Slam que ostenta Federer y fundiéndose, al otro lado de la red, en un abrazo con Thiem.
Otra vez, la historia se repitió. El austriaco abandonó otra gran cita, otro gran escenario, otra ciudad, con la mirada apuntando hacia el infinito y con la insatisfacción de saberse de nuevo el perdedor de una velada donde la historia solo se acordará de un titán: Rafa Nadal.
Por Aitana Vargas
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