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Negligencias médicas y el canto desesperado de sus víctimas (I)

La mirada cristalina de Michael Markow deambula por la sala, se dirige hacia la mesa situada frente a él y se desvanece al fundirse con los haces de luz que penetran por las grandes cristaleras que adornan la pared. Sus ojos color cielo intenso aún proyectan vida, pero están condenados a sufrir en el infierno desde el 11 de noviembre de 2010.


Michael Markow junto a su mujer Francine antes del incidente que lo dejaría en suella de ruedas. /Crédito: Familia Markow.


El cuerpo menudo y desvalido de Markow está postrado en una silla de ruedas que triplica su tamaño. Con un gesto sutil, Francine Markow, se acerca a su marido y le coloca en la cabeza unos auriculares con micrófono incorporado del que cuelga un altavoz negro que reposa sobre el pecho del hombre. En la próxima hora y media, esta aparatosa tecnología le ayudará a este señor de sesenta y siete años a comunicarse con los presentes en una de las salas del despacho de abogados Goldstein, Gurbuz & Robertson situado en Encino, California.


Markow muestra grandes dificultades para hablar con claridad y articular sus pensamientos. Tampoco puede valerse por sí mismo. Tiene el cuerpo paralizado del cuello a los pies. La frustración e impotencia le emanan a borbotones por los poros de la piel.


“La gente piensa que por estar paralizado, no siente dolor. Pero su dolor físico es tan desgarrador que preferiría estar muerto”, asegura su esposa en referencia a la tetraplegia y a las insoportables secuelas físicas de las que sólo la muerte podrá sacar a su marido.


La condena que Markow sufrirá de por vida –y que podía haberse evitado–, le fue inyectada con una jeringuilla en la Unidad de Dolor del Centro Médico Cedars-Sinai en Los Ángeles hace casi cuatro años.


Aquel invierno, el Dr. Howard Rosner, uno de los grandes especialistas en California en tratamientos contra el dolor, realizó un procedimiento médico poco convencional en Estados Unidos, que ofrece pocos beneficios al paciente y que, de hecho, ni siquiera es instruido en escuelas de medicina del país.


Las peligrosas inyecciones, colocadas en las vértebras C1 y C2 del enfermo, resultaron fatales. Sin embargo, como apunta uno de los documentos presentados por los abogados de Markow, nadie en el centro médico habría advertido previamente al paciente sobre el elevado riesgo de parálisis permanente que acarreaba dicho tratamiento.


“Markow no dio su consentimiento para que se le practicara tan peligroso procedimiento”, asegura Goldstein. El jurado, sin embargo, no lo interpretó de la misma manera.


Aún así, la cadena de errores catastróficos acababa solo de comenzar.


“Michael también es alérgico a una de las sustancias que –nosotros alegamos– había en la inyección”, asegura Arnie Goldstein, uno de los abogados de Markow. “Y nadie se dio cuenta de ello”.


La sustancia, conocida como omnipaque, era administrada en el 99% de los procedimientos realizados por Dr. Rosner. Como señalan los documentos presentados por los abogados acusadores en el Tribunal Superior del Condado de Los Ángeles, la administración de un agente alérgico era una prueba más de la abrumadora negligencia médica que derivó en el cruel debilitamiento y deterioro físico de Markow.


“Me han arrebatado todo lo que tenía”, balbucea Markow mientras su asistente salvadoreño, Andrés, le ajusta el micrófono para que se escuche el canto desesperado de este anciano. “Estoy tan indignado que lo único que quiero es gritar”.


Pero ni siquiera eso puede hacer este hombre. Atrapado en un cuerpo plagado de secuelas físicas y que requiere supervisión y atención médica especializada las 24 horas del día, que Markow siga con vida puede considerarse, según quiera verse, todo un milagro o el ‘sumun’ de las crueldades.


“Cuando estaba en el hospital, todos pensamos que se iba a morir”, confiesa su hijo desde una esquina de la sala.


Fue precisamente él quien, aturdido por el estado de su padre, no cesó un instante en su intento desesperado por conseguir que un abogado especializado en negligencia médica se comprometiera a defender a su padre. Los Markow recibieron varias negativas antes de que un despacho de abogados aceptara el caso – fue el primero en una interminable lista de obstáculos e impedimentos legales que esta familia tendría que sobrellevar en los años venideros – y que continúan.


“Este caso es de los más tristes que pueden darse”, asegura Goldstein quien, junto a su hermana, Joy Robertson, decidió representar a Markow por una cuestión que responde a dos principios: la justicia y la dignidad humana.


La búsqueda incesante de estos principios y el abrumador peso de las pruebas presentadas por los abogados de Markow tuvo sus frutos el 5 de mayo de 2014. Tras un día y medio de deliberaciones, un jurado de Los Ángeles condenó a los acusados a pagar más de $2 millones por las apabullantes secuelas físicas y el desgarrador sufrimiento emocional al que ha quedado reducido Markow como resultado de la negligencia médica cometida.


Este anciano, sin embargo, sólo percibirá $250.000, una cantidad ridícula que no se acerca a la cifra millonaria que requiere para acceder a los costosos tratamientos de rehabilitación y cuidados médicos que la mala praxis le han legado – una cantidad que, sin lugar a dudas, jamás aliviará el ardor y el sufrimiento punzante que este hombre lleva apuntalado en su pecho inmóvil.


“Necesita ese dinero para permanecer vivo. Lo necesita para sus cuidados médicos”, suplica su abogado Arnie Goldstein.


Aunque resulte inverosímil, la carrera de obstáculos legales para los Markow tan solo acaba de comenzar.


Copublicado con Hoy Los Ángeles (ahora el The LA Times en español)


Por Aitana Vargas

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