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"Emilia Pérez": La derrota de las falsedades

  • Antonio Rosales
  • 21 mar
  • 8 Min. de lectura

Por Antonio Rosales (copublicado por Los Ángeles Press)


Controversia, escándalo, polémica y fracaso son los términos que mejor describen todo lo sucedido con la fallida película francesa Emilia Pérez (2024), dirigida por Jacques Audiard y estelarizada por la actriz trans española Karla Sofía Gascón, Zoé Saldaña y la cantante pop y exestrella adolescente de Disney, Selena Gómez. El filme, un narco-musical con pretensiones de melodrama y denuncia social, fue tan desastroso que generó un inusitado odio, burlas y humor involuntario, presuntamente reivindicativo con México, la comunidad LGBTQ+, las víctimas del crimen organizado en México y los colectivos feministas (al menos así fue como intentaron venderla en su campaña publicitaria). Sin embargo, se convirtió más bien en una descarada ofensa contra todo lo que decía “defender” y “homenajear”: las mujeres en general, y particularmente fue frívolo y ofensivo con las madres buscadoras, con las personas trans y, principalmente, contra la cultura, la idiosincrasia y la sociedad mexicanas.


La actuación de la actriz Karla Sofía Gascón, avalada y criticada a partes iguales por los críticos y el gran público, no se alzó con un premio en la gala de los Oscar.
La actuación de la actriz Karla Sofía Gascón, avalada y criticada a partes iguales por los críticos y el gran público, no se alzó con un premio en la gala de los Oscar.

En Los Ángeles Press realizamos dos extensas reseñas que sintetizan todos los errores, fallas y ofensas que pueden encontrarse en la película. Si bien olvidamos profundizar demasiado en que, además de todo lo ya mencionado en esos textos, también intentaron colar un pinkwashing (lavado de imagen oportunista utilizando temáticas y causas LGBTQ+) no sólo hacia los cárteles del narcotráfico mexicano, sino también hacia Israel, país que Audiard nos vende como el mayor paraíso global posible para las cirugías de cambio de sexo, aunque engañosamente omite el contexto en que viven las personas LGBTQ+ en dicha región, así como el conflicto armado en que vive toda la población en esa parte del mundo.


Si bien el funesto largometraje de Audiard empezó a circular en festivales de cine en Europa, Estados Unidos, Asia y Sudamérica desde mayo de 2024, y aunque tuvo una buena acogida en salas de cine de Francia e Italia principalmente, en el resto del mundo fue golpeado por sus pobres resultados en taquilla y el rechazo absoluto de la mayor parte del público, a pesar de la numerosa cantidad de premios, alabanzas y elogios que acumuló por parte de la industria del cine. La caída fue particularmente notoria y brutal cuando debutó en los cines de América Latina, y aún peor en México, país en el que el enorme rechazo, las críticas negativas y las burlas fluyeron imparables y a raudales en redes sociales, especialmente desde enero pasado, y no se suavizaron ni disminuyeron en lo más mínimo, a pesar de que en México se repitió el fenómeno de que la mayor parte de los grandes corporativos mediáticos la elogiaron hasta la saturación.


Quizás la razón tras el estreno tan tardío en Latinoamérica fue que las compañías productoras involucradas en esta aberración, así como la plataforma de streaming Netflix, apostaron a que el público latinoamericano se deslumbraría con todos los premios que la película cosechó en la industria del cine, así como con los elogios exagerados y grandilocuentes que recibió por parte de la mayor parte de la farándula, intelectuales y la crítica especializada, y se lanzaría en masa a los cines a ver Emilia Pérez. ¿Subestimación o desprecio hacia el público mexicano? ¿Acaso se pensó que, como el mito de los indígenas que intercambiaron oro por espejitos (un mito con una interpretación racista, por cierto), los mexicanos también elevarían de la misma forma a Emilia Pérez? Craso error, que pagaron con el fracaso total en taquilla, con infinidad de salas semivacías en todos los horarios, desde su estreno hasta casi extinguirse a partir de su segunda semana.


Tras el rotundo fracaso de las compañías productoras, la prensa especializada, Netflix, la distribuidora Zima Entertainment y cadenas de cines como Cinépolis por tratar de vender como obra maestra algo que apenas llega a la estafa intelectual del plátano pegado a la pared de Maurizio Cattelan, se intentó, como último recurso, buscar a quien colgarle el muerto, es decir, elegir un chivo expiatorio con el que los inconformes pudieran descargar toda su ira y tras el cual los mayores responsables de las cuestionables decisiones artísticas y creativas de este bodrio (las compañías productoras y el director) pudieran ocultarse y liberarse de culpas, como cuando los niños son descubiertos ante sus padres o los maestros, y señalan solo a uno de los responsables: “Él/ella fue”. Y ese papel le tocó jugarlo a la menos carismática y empática, que buena actriz, Karla Sofía Gascón, quien, al menos desde 2017, antes, durante y después de su transición, disparaba, a tuitazos, a todo lo que se le pusiera enfrente: principalmente migrantes musulmanes y la cultura islámica; las cantantes Adele y Selena Gómez; el director Guillermo del Toro (quien alabó la película antes de que se destaparan los tuits de Karla); las cuotas de inclusión en las premiaciones de Hollywood; y, quizás lo más lamentable, y lo que posiblemente le costó el Óscar, unos comentarios terribles e insensibles contra George Floyd y las protestas antirracistas que se siguieron a su muerte.


Los tuits de Gascón, descubiertos por la periodista musulmana canadiense Sarah Hagi, resultaron igual o más escandalosos que el racismo y clasismo de la película misma, y llevaron no sólo a la cancelación de la cuenta de X de Karla Sofía Gascón, sino que fueron la excusa perfecta para justificar el fracaso de la cinta, minimizando el racismo del propio director, que fue ampliamente exhibido cuando cibernautas recuperaron una entrevista que Audiard dio meses atrás a un medio francés, en la que declaró que para él, “el español es un idioma de pobres, de migrantes, de personas subdesarrolladas”. ¿Por qué el empeño de algunos en disociar/separar los tuits de Gascón, las declaraciones racistas de Audiard y el contenido de la película?


En los responsables de la producción, creación, realización y distribución del filme, es posiblemente una estrategia de marketing y manejo de crisis en imagen y relaciones públicas, desde luego. Pero, ¿en los demás? ¿Qué es? ¿Negación o dificultad para aceptar la carga racista de la obra? ¿Miedo de parecer intelectualmente inferior, de no reflejar un supuesto “buen gusto” e “inteligencia superior” a ojos de la prensa y los intelectuales que la elogiaron? ¿Miedo a ser o parecer políticamente incorrecto y “cancelable”, por no alabar una película protagonizada por una persona trans que tiene errores y defectos como cualquier otra persona, sea de la identidad y orientación sexoafectiva que sea? ¿Miedo o resistencia a despojarse de la idea ingenua e infantil de que las películas son todas política e ideológicamente neutras e impolutas, y que los festivales, premios y demás, muchas veces giran alrededor de agendas y pugnas políticas, más que de un reconocimiento al verdadero talento fuera de toda política e ideología? ¿Incapacidad para reconocer que no se comprende el contexto mexicano, y con ello, tener que aceptar que no pueden hablar de lo que realmente no conocen a fondo? Muchas preguntas para muchos de estos personajes.


Sin duda, Emilia Pérez será recordada (si es que lo es, para empezar) no solamente por su mala realización musical y actoral, su infame dirección, su guion maniqueo y torpemente mal desarrollado, su descarado racismo y clasismo, sus estereotipos colonialistas, su atroz falta de sensibilidad con las víctimas de desapariciones forzadas y su romantización burlesca de los líderes del crimen organizado, y el tornado de escándalos que la acompañaron. Lo más trascendente está y estará en lo que generó como fenómeno social: las reacciones, las críticas, las quejas, el repudio, así como la divergencia y enorme distanciamiento entre el gran público, la industria del cine y la llamada “crítica especializada”.


Deberían tomar nota los realizadores cinematográficos, así como la prensa especializada, que no se han cansado de llamar “ignorantes”, “incultos” y cosas peores al público mexicano por rechazar, con toda razón, una película que fue una notoria afrenta a la cultura mexicana. Especial atención al tremendo descalabro que, a juzgar por los comentarios en su video, se llevó por delante la credibilidad de la otrora rigurosa crítica de arte Avelina Lésper, quien, como articulista del diario Milenio, parece que no tuvo de otra que tratar de defender y salvar (sin éxito) semejante entuerto.


Es lamentable que gran parte de los realizadores cinematográficos (incluso alguien que uno pensaría que hubiera podido ser mucho más empático con México, como el cineasta Oliver Stone), así como buena parte de la prensa y los intelectuales (hasta el novelista español Arturo Pérez-Reverte se resbaló), no puedan, o finjan no entender, lo que una película así de frívola e insensible implica en un momento tan delicado como el que vive México, ante las presiones del actual gobierno de Donald Trump y su confrontación con el de Claudia Sheinbaum. Fuera máscaras y eufemismos, se entiende que en muchos de estos comentarios favorables y elogios se imponen intereses económicos y políticos, pero en los casos en los que no es así, ¿qué decir? ¿Racismo? ¿Clasismo? ¿La imposibilidad de comprender al “pópulo” que ven con desprecio, desde los altos palcos de un sobrado elitismo, o de una falsa condescendencia? Muy elocuente sobre la urgente necesidad de que mucha de esta gente ponga los pies en la Tierra de vez en cuando, e intenten, aunque sea por un instante, ponerse en los zapatos no solo de los mexicanos que nos sentimos agraviados con esta película, sino especialmente en los zapatos de todos aquellos mexicanos que han padecido, directa o indirectamente, la cruda violencia delincuencial de la que este bodrio fílmico poco menos que se carcajea.


¿Es censurable todo el humor (voluntario o involuntario) basado en temas sensibles? En términos morales y éticos, sí, aunque no así en términos artísticos, que permiten bastantes licencias. Sin embargo, hasta para eso hay que saber cuándo y cómo hacerlo, y tener una pizca de tacto, ingenio y talento.


La derrota de Emilia Pérez, en el aspecto comercial pero también en lo social y cultural, es especialmente la derrota de las falsedades, las hipocresías, los dobles discursos y la montaña de mentiras que nos vendieron para intentar posicionar tan forzadamente esta película. Quedaron en el suelo los intentos de venderla como feminista, pro-LGBTQ+ y pro-mexicana, algo que a todas luces no lo es y no lo era, y que terminó de confirmarse con los tuits de Gascón y las declaraciones de Audiard, que reflejan la visión personal con la que su director realizó su obra.


Quedaron en nada los intentos de venderla como algo elevado, profundamente intelectual y transgresor, algo que no lo era, y quedó confirmado cuando la misma comunidad trans se pronunció contra la película. Quedaron fuera los discursos de una supuesta “buena intención” de la película (que aún sostuvieron Audiard y Zoé Saldaña hasta el final), cuando la obra habla por sí misma. Quedaron atrás las ingenuas ideas de que la Academia o la farándula estadounidense dan alguna importancia a las reacciones del público mexicano, ya que, en su mayoría, no parecieron empatizar ni mucho menos solidarizarse con el sentir de un público que da altos ingresos en taquilla a sus películas. Y, por último, esperemos que empiece a quedar atrás la ceguera del público mexicano sobre lo nocivo de las narrativas “narco” al estilo de esta película, y que, como público, empecemos a exigir otras narrativas.


No necesariamente rosas, no necesariamente inocentes, solemnes o moralinas, pero sí con un tratamiento mucho más empático, cercano y sensible con la mayoría de los mexicanos. El hundimiento merecido y estrepitoso de Emilia Pérez es un buen primer paso, y aunque leve, esperemos sea un primer rayo de esperanza para crear y exigir otro tipo de narrativas y tratamientos sobre estos temas, y no solamente una llamarada que se olvide sin consecuencias. No más contenidos mediáticos o “artísticos” tan insultantes con México como Emilia Pérez, por favor. Exijámoslo, fuerte y claro, con contenidos similares o peores, en adelante.



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