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Emilia Pérez: entre la propaganda narco y el lavado 'woke'

  • Antonio Rosales
  • 15 ene
  • 10 Min. de lectura

Por Antonio Rosales (copublicado por Los Ángeles Press)


El problema del arte y la ciencia no radica en lo ontológico: es decir, no son malos o buenos en sí mismos, sino que esto puede variar de acuerdo con el uso y la dosis que se haga de ellos, así como con todas las circunstancias que los rodean.



En el caso de lo científico, por ejemplo, un medicamento puede salvarle la vida a alguien, mientras que otro medicamento (o a veces el mismo, en una dosis diferente) puede llevar a la muerte a otro. En el arte, un mismo libro, película o canción puede cambiarle la vida a una persona, convertirse en una fuente de conocimiento o reflexión que lo lleve a mejores escenarios, mientras que a otra persona puede agudizarle la depresión, un añejo trauma o la amargura. Las obras artísticas son semillas y nosotros, el público, la tierra. No toda semilla es buena para todo suelo y, además, no siempre es buen momento para sembrar.


Algo similar ocurre con la película francesa Emilia Pérez (2024, Jacques Audiard), que ya ha sido pródigamente criticada, reseñada, rechazada, burlada o, como suele decirse actualmente, funada, merecidamente, en mi opinión y en la de miles de usuarios de redes sociales que la han destrozado y arrojado al basurero de la cultura de la cancelación, del que quizás nunca debería salir. No es que sea el único bodrio que se vale de la glamourización del narco y la apología del delito para explotar el morbo y convertir la sangre y las balas de los cárteles en un espectáculo altamente lucrativo.


Desde hace casi dos décadas, la narcocultura se ha apoderado de la industria del entretenimiento, especialmente en los productos literarios, musicales y audiovisuales dirigidos a las audiencias de América Latina, o el público hispano de Estados Unidos. Cualquier malpensado podría pensar que se trata de una agenda intencionada, financiada e impulsada para moldear y configurar el pensar y sentir sobre el tema entre el público latinoamericano, o bien, el objetivo puro y duro de racializar las dinámicas, la organización y toda la responsabilidad del crimen organizado mundial para imponer esa visión en el público estadounidense o el mercado europeo.


“Todo latinoamericano (y en especial mexicano, que somos el centro de muchas de estas obras) es criminal”, es lo que parecen sentenciar estos productos; ergo, necesitan ser castigados, ridiculizados, rechazados, arrestados sin derecho a juicio, golpeados, vejados y cuanta cosa se le ocurra al racista en turno. Sin irnos más lejos en el tiempo, hay dos ejemplos muy significativos de las consecuencias de esta forma de pensar: en los años treinta del siglo pasado, un austríaco de pequeño bigote fomentó desde Alemania esta forma de pensar, no sólo contra el pueblo judío, sino también contra el pueblo gitano, los homosexuales, los comunistas y las personas con discapacidad, dando lugar a una guerra y exterminio que se extendió por todo el continente europeo.


En años más recientes, algo similar o peor ocurre en la Franja de Gaza, que agoniza ante la indiferencia, impávida, complaciente o aprobatoria del resto de las naciones del mundo. En fin, ése es otro tema, aunque relacionar ambos ejemplos con la estigmatización del mexicano que realiza Emilia Pérez no es tan descabellado ni exagerado como podría parecer.


No es la primera, ni será la última vez que la industria cinematográfica sirva como vehículo de propaganda para toda clase de intereses políticos, económicos, ideológicos, financieros y religiosos, tanto a nivel nacional como internacional. Y la propaganda, por sí misma, no necesariamente tiene que ser dañina en sentido alguno: puede utilizarse con fines filantrópicos o en campañas de concientización sobre temas de salud. Sin embargo, también ha sido empleada con los fines más retorcidos. Muestra de ello fue el trabajo realizado por Joseph Goebbels, el ministro de propaganda nazi durante el régimen de Hitler en Alemania.


Arte y propaganda suelen ir de la mano y el uso propagandístico de una obra no necesariamente hace mala la obra en cuestión. Pero en el caso de Emilia Pérez, todo es tan malo, tan cutre, tan grotesco, que no puede apreciarse el “arte” por ningún lado. Si bien, por los elogios de la crítica y los premios que ha cosechado, uno podría creer que se trata de un Titanic en toda su magnificencia y esplendor, en realidad esta revoltura sin pies ni cabeza no llega ni siquiera a lancha rota y descompuesta.


El largometraje comienza con una abogada mexicana secuestrada (o "levantada", para emplear el término del argot criminal) por un narcotraficante también mexicano, quien le pide ayuda para someterse a una cirugía de cambio de sexo con el fin de huir de la justicia, abandonar su vida delincuencial y comenzar de nuevo. Y aquí nos topamos con el primer problema de la película: el wokewashing y el pinkwashing son tan descarados que deberían causar urticaria a todos los espectadores, especialmente a quienes pertenecen a la comunidad LGBTQ+, sector con el que el director parece querer congraciarse para mantener a flote un barco que le hace agua por doquier.


El wokewashing se refiere a la utilización oportunista de valores éticos y progresistas de izquierda como forma de publicidad, sin un compromiso real con los sectores vulnerables que dice representar y defender, como la población racializada o la diversidad sexual. El pinkwashing alude a ese mismo lucro, pero específicamente relacionado con la comunidad LGBTQ+. En un intento de ondear la bandera del arcoíris para inmunizarse ante la crítica, Emilia Pérez se sube a la población trans, con una actriz trans como protagonista, e intenta igualar a un sanguinario delincuente (“El Manitas”) con personas que sufren de dismorfia de género, cuyas luchas personales y sociales tienen más que ver con la búsqueda y expresión de su identidad que con la patética huida de un maleante. En fin, un intento extraño por parte de un director blanco y heterosexual de “elogiar” a una población tan vulnerable.


La operación de cambio de sexo, más que una huida, es presentada como una conversión espiritual, un momento de iluminación, la redención suprema en la que Dios pareciera concederle una segunda oportunidad a “El Manitas” limpiando todos sus crímenes y pecados en el mismo momento en que le es retirado el miembro viril. No es una broma ni una loca opinión personal: la intención de mostrar la reasignación de sexo del protagonista como un proceso de evolución personal se menciona claramente en un número musical y en unos diálogos dichos por la actriz Zoé Saldaña: “Cambiar tu cuerpo, cambia la sociedad. Cambiar la sociedad, cambia tu alma. Cambiar tu alma, cambia la sociedad. Cambiar la sociedad, lo cambia todo”.


¿Ante qué clase de falacias nos estamos enfrentando aquí? ¿Es ésta una propaganda de las cirugías de cambio de sexo, presentándolas como una especie de “bautismo” en el que ingresar al terreno de la corporalidad femenina lo cambia todo? Esto, que en un primer momento podría parecer un elogio y una defensa de las mujeres y personas trans, debería indignar, en primer lugar, a ese sector. ¿Es equiparable la vida de alguien que enfrenta machismo y homofobia con la de un criminal que busca escapar de lo que es? ¿Deben los jóvenes trans identificarse con una escoria como El Manitas? Vaya manera de insultar, disfrazada de elogio y defensa.


Desde luego, no podemos soslayar el machismo y la homofobia, y todos los crímenes relacionados con ambos, especialmente cuando se trata de un microcosmos tan violento como el de la delincuencia organizada. Son graves y no pueden minimizarse. Quizás por eso mismo, el inicio de este colorido horror mágico-fársico-musical es el mayor insulto de la película.


Imagina a los criminales más visibles del mundo del narco: Ismael "El Mayo" Zambada, Joaquín "El Chapo" Guzmán, Amado Carrillo, "El señor de los Cielos", Jesús "El Güero" Palma, Miguel Ángel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero, Pablo Escobar, Osiel Cárdenas Guillén, Nemesio Oseguera Cervantes "El Mencho", los Beltrán Leyva, Esparragosa Moreno, alias "El Azul", o el mismo exsecretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, hoy encarcelado por narcotráfico. Elija a cualquiera de ellos... Si uno o alguno de ellos se sometiera a una operación de cambio de sexo, ¿eso lo mejoraría como persona? ¿Lo haría más ético, más moral, más recto en su proceder? ¿Su cambio de sexo borraría de golpe todos sus crímenes, pecados y delitos? Si usted o su familia hubieran sido víctimas directas o indirectas de ellos, ¿los perdonaría al cambiarse de sexo? ¿El cambio de sexo como un camino hacia la redención y la impunidad? De nuevo: Vaya manera de insultar a las personas trans, disfrazando la ofensa como elogio y defensa.


Y eso no quiere decir que no haya mujeres (nacidas como tales o mujeres trans) que sean excelentes personas, muchas de ellas mucho mejores que cualquier hombre, sin duda. Pero quedarse en esta lectura superficial borra de tajo que en la feminidad, en lo femenino, también puede darse la maldad y la criminalidad, igual que en lo masculino y en la masculinidad. Si lo duda, tan solo observe el proceder de María Isabel Miranda Torres, conocida como Isabel Miranda de Wallace, persona cuya oscura conducta como fabricante de culpables ha sido ampliamente documentada por Los Ángeles Press. En el mundo del narco, basta recordar a la narcotraficante colombiana Griselda Blanco, y en el de los asesinos seriales, a Juana Barraza, "La Mataviejitas". Las criminales mujeres existen también, y hacer del cambio de sexo una conversión de un criminal es una burla tan grande que no es posible que alguien tome en serio esto.


La película sigue con el reencuentro de la ahora mujer trans "Emilia Pérez" (Karla Sofía Gascón) y su abogada, esta vez para que le ayude a reunirse con la esposa (Selena Gómez) e hijos que abandonó con su cambio de sexo. La reunión se da, sin informarles quién es realmente y presentándola como una familiar del narco, supuestamente fallecido. Posteriormente, Emilia está tranquilamente comiendo con su abogada en un lugar público, y de la nada, una madre buscadora le deja sobre la mesa un anuncio con el rostro de su hijo desaparecido.


Sin más, esto provoca una nueva conversión en Emilia: de trans arrepentida por su pasado criminal, ahora pasa a querer actuar para limpiar sus culpas. Así, con la misma fortuna que amasó con la sangre de otros, y a la que ni su arrepentimiento ni su conversión espiritual la han hecho renunciar, decide crear una fundación de apoyo, ayuda y asesoría para víctimas de desaparición forzada. Sí, así es: imagine a "El Chapo" Guzmán o a cualquiera de los capos anteriormente mencionados tomando pala y pico para ayudar a las madres buscadoras o marchando codo a codo con activistas. Sí, alucinante.


En la vida real, eso podría considerarse infiltración o hipocresía, ¿no? Al menos, incorporar estos elementos de hipocresía o posible infiltración tal vez hubiera servido para desarrollar una trama más interesante o creíble. Pero no. Emilia ya es buena, y sin más, pasó de Tony Soprano a Santa Teresa de Jesús. Así, sin más, sin un desarrollo de personaje que al menos hiciera creíble ese salto… Pero eso sería exigirle al guion un rigor y profundidad que no tiene ni aspira a tener.


Aquello no hace más que degenerar en canciones con letras de mal gusto, mal cantadas y peor musicalizadas, que no aportan nada a la historia y, por el contrario, solo están metidas con calzador. El más patético de todos estos números es uno donde Emilia reúne a todos los políticos corruptos metidos en el narco, con la abogada cantándoles de la nada que "van a pagar" por sus crímenes. ¿Y cómo? Lavando dinero en la ONG de Emilia para lavar sus culpas. Wow. Las burlas a las víctimas no paran y causarían risa si no fuera una realidad que le ha costado miles de vidas a México.


Otra joya de la revictimización es la historia del personaje interpretado por Adriana Paz, la única actriz mexicana de la cinta por cierto: La mujer acude a la ONG de Emilia Pérez a pedir ayuda para buscar a su esposo desaparecido. Sin embargo, ella traía un cuchillo con el que planeaba matar a dicho esposo, como dando por hecho que lo encontrarían inmediato o que ya estaba ahí.  El marido en cuestión la golpeaba. Pregunta elemental: ¿Por qué buscarías a un desaparecido que era tu victimario? ¿No buscarías huir, en lugar de buscarlo? En fin, Emilia tiene un romance con dicha mujer para consolarla y para remarcar que se trata de una película inclusiva en diversidad sexual. ¿Cuál era la intención de esta subtrama? ¿Arrojar el guiño de que también hay malvados entre los desaparecidos, y por tanto, eso minimiza el crimen? Uf. Insulto tras insulto a las víctimas de la Guerra contra el Narco.


Finalmente la esposa decide casarse con su nuevo novio (también narco) y Emilia Pérez, celosa, manda a golpear al nuevo novio y advertirle que debe alejarse de su novia, todo esto sin revelar su identidad. ¿No había cambiado Emilia? ¿Alguien aquí tomó un curso para aprender a construir y desarrollar un personaje? Parece que no y para una historia tan mala, la coherencia es lo que menos importa.


El nuevo novio narco y la esposa deciden torturar y desaparecer a Emilia Pérez para quitarle el dinero del esposo supuestamente fallecido (es decir del Manitas ahora Emilia) y poder irse. A las puertas de la muerte, Emilia revela su verdadera identidad a su esposa y tras dos largas horas de martirio audiovisual, el director termina su obra matando a este trío de esperpentos en un accidente automovilístico, con la abogada teniendo que hacerse cargo de los hijos y una escena donde México homenajea a Emilia Pérez, ahora elevada nuevamente al rango de santa o beata del activismo. Sí, tal cual.


Es difícil comprender lo que se pretendía al fusionar lo trans y el mundo del narco de una manera tan burda. ¿Transgredir, escandalizar y monetizar con ello? Okay, entendible. Pero el director y todos los involucrados en esta cosa parecen olvidar que muchos de los estereotipos y normativas de género que esto pretendía romper fueron rotos hace décadas por directores como Pedro Almodóvar, con mucha más gracia y acierto.


No sorprende que un filme que se burla tanto y de tantas maneras de las víctimas de la violencia sea elogiado y defendido por presuntas figuras del activismo, como la señora Saskia Niño de Rivera, que ha acusado de “transfobia” cualquier crítica. Es entendible que una persona que no ha tenido la más mínima ética para revictimizar a víctimas de fabricación de culpables, como Antonio Barragán Carrasco (torturado e inculpado por el empresario Eduardo Gallo y Tello) y César Freyre Morales (víctima de tortura y fabricación de culpables en el caso Wallace), mientras elogia a personas como Isabel Miranda, carezca de la sensibilidad y empatía para entender lo que Emilia Pérez significa para las víctimas de la violencia.


Ojalá los intentos de la crítica y la industria del cine por inflar este globo sirvan para abrir los ojos al público sobre el uso propagandístico del cine y dejen de consumir estos contenidos de forma acrítica o complaciente. Pero, desgraciadamente, es probable que, pasado el escándalo, vuelvan a consumir El señor de los cielos o Narcos sin ser conscientes de la chatarra que ingieren. Cada quien.


Solo no hay que olvidar el discurso de Donald Trump sobre México y el narco, y lo mucho que favorecen su agenda este tipo de películas…






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