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El Espejo de Ascensión

Sus ojos castaños vibran en la eternidad. A veces se detienen en el ocaso madrileño en busca de sosiego y calidez. Es la mirada perdida y fatigada de una anciana que lleva décadas buscando a su padre bajo toneladas de tierra, en una fosa común de Guadalajara, en un mar de huesos que piden a sollozos ser encontrados y honrados.


Se llama Ascensión Mendieta. Tiene 93 años y es mi abuela, un símbolo accidental del mayor genocidio cometido en tierras españolas en las últimas décadas.




Este año que acaba ha sido un renacer en su vida y en la de una generación que se disuelve ante nuestra distraída mirada sin haber expresado ni reconocido todo su pesar, dolor y sufrimiento.


En sus ojos café, en esas arrugas que el tiempo no perdona, en su sonrisa cálida y pícara, las muecas de mi abuela representan las de una generación silenciada a punta de pistola que ha vivido el luto en vida sin tener el derecho a llorar a sus seres queridos, a sus padres, abuelos, hermanos, primos, tíos, amigos y vecinos.


Sopeso sobre una fotografía de ella el día que pudo enterrar a su padre y ver cumplido el sueño de toda una vida — todo un privilegio en nuestra España actual…En sus movimientos, torpes y ralentizados, siento su pálpito, contemplo el pasar de una vida de lucha, la que ha tardado en hallar a su padre asesinado por el régimen del dictador Francisco Franco cuando apenas tenía 12 años.


Ella fue quien le abrió la puerta a los verdugos que mataron a su padre. Jamás lo olvidará. Su historia quedará un día tatuada en los libros de historia aunque su hazaña tenga detractores, aunque quienes protagonizaron los crímenes lo nieguen y sigan tratando de justificarlos.


Desde miles de kilómetros de distancia, desde esta tierra efímera y superficial que algunos veneran por ser la meca del cine y llamada Hollywood, llevo años siendo testigo del desenlace de una batalla judicial, social y humana que ha culminado como ella quería — con su padre recibiendo la sepultura que muchos españoles jamás pudieron dar a sus seres queridos.


Pero mi abuela Ascensión es solo un nombre más en este universo colateral de crímenes sistemáticos perpetrados en la época franquista en España.


En sus ojos castaños y nublados por la vejez también contemplo la mirada y la vida de mi abuela Dolores y de mis abuelos Venancio y Francisco. Ellos, completos desconocidos para el gran público, murieron batallando contra la dictadura franquista y jamás recibieron el reconocimiento del que hoy goza Ascensión.


Son tantos los que han muerto, perecido, los que han sido asesinados sin poder alzar la voz…que mi único deseo es que en esta nueva etapa que se alza ante nosotros podamos reconocer los nombres que se esconden bajo la mirada de nuestra afable Ascensión, una Ascensión que se apaga con cada ocaso y con cada amanecer.


Su vida se marchita, pero si hay un legado que debemos recordar es el que sus ojos han creado — un espejo hacia la verdad, la historia y la reconciliación democrática que ella, la ARMH e infinidad de voluntarios han abierto.


Ascensión somos todos: Dejemos que su mirada sea nuestro espejo, nuestra memoria, nuestro camino hacia la reconciliación humana, hacia la unificación española y hacia el reconocimiento de cada muerto.


Por Aitana Vargas

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