top of page

Dos adolescentes transgénero arrepentidas demandan en California al mayor grupo médico de EE. UU.

A sus 17 años, Violeta Acuña se desenvuelve con desparpajo y soltura delante de la cámara. “Creo que todavía estoy tratando de que mi madre se sume a mi causa”, bromea. La adolescente, que vive en la ciudad californiana de Pomona, inició la transición de género en el verano de 2020 arropada por Bienestar, una organización situada en Los Ángeles que ha ayudado a más de 5000 personas a embarcarse en este proceso desde 1997.


“De no ser por Bienestar, no hubiera tenido acceso a tratamientos hormonales”, cuenta la joven. Aún viviendo en un estado con algunas de las leyes trans más protectoras del país, la travesía de género para esta latina ha sido una carrera de obstáculos, en particular, en la esfera social y familiar. Primero, el constante acoso escolar que experimentó por parte de algunos compañeros que la insultaban por su aparente orientación sexual y que incluían calificativos como “gay” y “maricón”. Luego, encontrar la fortaleza para plantearle a sus padres que se identificaba con el género opuesto al que figura en su partida de nacimiento. A los 14 años, no quería ser Enrique, sino Violeta.



“Sin lugar a dudas, he experimentado resistencia por parte de mi padre, que sigue llamándome Enrique a pesar de que lo corrija”, lamenta. La madre de Violeta ––la cual autorizó esta entrevista–– encajó con dificultades el cambio de género de su hija, pero acabó doblegándose y autorizando los tratamientos médicos que ésta deseaba.


“Crecí yendo a la congregación de los Testigos de Jehová…y obtener el consentimiento paterno para realizar la transición iba contra las creencias religiosas de mi madre”, relata. A las pocas semanas de iniciar las terapias hormonales, el estado anímico de la joven había experimentado una notable mejoría, corroborando así que el camino que había elegido, era el acertado. Acuña también afirma que, en el futuro, pretende alinear su anatomía con su identidad de género y confiesa, con júbilo, que haber abanderado su nueva identidad, le ha dado confianza para participar en espectáculos de drag queen.


En todo el país, los casos de jóvenes trans han ido al alza en los últimos años. Según un estudio publicado en 2022 por la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), la cifra de jóvenes transgénero entre 13 y 17 años se ha duplicado en el país anglosajón desde 2017. De los 1.6 millones de individuos transgénero que hay, 300.000 tienen menos de 18 años.


Lo confirma a su vez Brenda del Río González, una mujer transgénero de Michoacán (México) y directora del programa de Transgéneros Unidos de Bienestar. Pero matiza que, en los últimos cinco años, este marcado ascenso se ha registrado en particular entre los menores de sexo femenino. Se trata de una tendencia documentada también por la Asociación Profesional Mundial para la Salud Transgénero (WPATH), y que Del Río achaca a un mayor acceso a servicios especializados que facilitan la transición de mujer a hombre.


Según Del Río, las protecciones que California garantiza a la comunidad transgénero han dado un giro drástico en las últimas décadas, allanando el camino para que más individuos expresen su autodeterminación de género. En el pasado, confiesa, “teníamos que comprar los medicamentos en el mercado negro”. Ahora, sin embargo, “tenemos muchas leyes que nos protegen”.


Al igual que con el aborto, el estado dorado encabeza los esfuerzos nacionales para garantizar cuidados médicos integrales a individuos con disforia de género. Estas iniciativas políticas se consolidaron en septiembre de 2022 con la aprobación de una ley impulsada por el gobernador estatal, Gavin Newsom, la cual ha convertido California en un santuario para los menores transgénero procedentes de una decena de estados donde los tratamientos están prohibidos o restringidos, como Kentucky o Iowa. La medida californiana, además, blinda legamente a los jóvenes y a sus padres frente a cualquier investigación o proceso judicial que inicien las autoridades en sus estados de origen.


Sin embargo, dos querellas interpuestas este año por dos adolescentes trans arrepentidas podrían desatar un tsunami de demandas similares y tener implicaciones significativas para los menores que buscan tratamientos médicos en EE. UU.


El pasado mes de febrero, la californiana Chloe Cole se convirtió en la primera adolescente transgénero de EE. UU. en emprender acciones legales contra el mayor grupo médico del país, Kaiser Permanente. La querella acusa a los médicos de recomendar e iniciar tratamientos hormonales cuando la joven tenía 13 años y de practicarle una doble mastectomía a los 15. A los 16, arrepentida, Cole inició el proceso de retorno a su género de nacimiento. Para entonces, algunos cambios eran ya irreversibles, afirma.


“La empujaron a la mutilación médica” para “lucrarse económicamente”, reza la querella, que cuenta con el respaldo del Centro por la Libertad Americana, una organización de ideología conservadora.    


Los abogados también acusan al equipo médico de haber “experimentado” con la ahora joven de 18 años, y de haberle ocultado la existencia de tratamientos alternativos menos invasivos para abordar su cuadro de ansiedad, depresión y disforia de género, así como síntomas de autismo y preocupación ante posibles agresiones sexuales. Los letrados afirman que a Cole, se le dio el diagnóstico equivocado, y no se le ofreció ni la posibilidad de iniciar un seguimiento psiquiátrico, ni esperar y ver cómo evolucionaba, ni un tratamiento psicológico dirigido a alinear su estado mental con su sexo biológico.


En intervenciones públicas recientes, Cole ha afirmado que, a raíz de los tratamientos hormonales y de la intervención quirúrgica, sufre secuelas irreversibles, como su masculinizado tono de voz, incapacidad para amamantar, disfunción sexual propia de la menopausia y, posiblemente, infertilidad. También denuncia que su seguro médico cubriera la transición, pero no el proceso inverso.


En su cuenta de Twitter, donde ya supera los 134.000 seguidores, la joven expresa sin tapujos su visión de la comunidad trans, la cual ha dado un giro de 180 grados desde que formara parte de ella: “La violencia que la comunidad trans perpetúa contra las mujeres está arraigada en los celos extremos”.


A la querella de Cole se suma la de otra californiana de 18 años, Layla Jane, que inició tratamientos hormonales en Kaiser con 12 años y a los 13 se le practicó una doble mastectomía. Alega que la transición no resolvió los “problemas mentales” que presentaba cuando inició el proceso médico. Con 17, emprendió el retroceso de género. A fecha de esta publicación, Kaiser no ha respondido a una petición de entrevista.


Tampoco lo han hecho los abogados de Cole y Jane, que en declaraciones a la cadena estadounidense FOX News, aseguraron que hay “miles de casos” similares en EE. UU., pero que al haber prescrito, no pueden elevarse a instancias judiciales. También sostienen que tanto las dos jóvenes como sus padres autorizaron los procedimientos quirúrgicos porque los médicos plantearon un “falso dilema”: “¿Prefieren tener un hijo con vida o una hija muerta?”


Esta perspectiva choca, no obstante, con las conclusiones de un estudio publicado en 2020 que advierte que el 82% de los individuos transgénero ha considerado el suicidio y un 40% lo ha intentado. De éstos, los jóvenes transgénero presentan la tasa de suicidios más elevada.


Hay médicos, sin embargo, cuya experiencia clínica o visión no coincide con estas cifras. “El mito más pernicioso es que los cuidados para la autodeterminación de género salvan vidas y previenen suicidios”, asegura Julia Mason, pediatra y asesora clínica de la Sociedad por la Medicina de Género Basada en Pruebas (SEGM), una organización sin fines lucrativos integrada por un centenar de profesionales médicos, psicólogos e investigadores de distintos países preocupados por la medicalización de jóvenes con disforia de género.


Mason sostiene que la gran mayoría de menores que han pasado por su consulta no han experimentado mejoras de calidad de vida como resultado de la transición. Advierte, además, que se desconocen los efectos secundarios a medio y largo plazo de los bloqueadores de la pubertad y de las terapias hormonales. Ante esta incertidumbre, propone un seguimiento psicológico que permita determinar si la disforia es una etapa pasajera que se resolvería con el tiempo.


“No creo que (los tratamientos hormonales) sean lo suficientemente seguros para los niños”, opina. “Siento que deberíamos escuchar a nuestros buenos vecinos progresistas (como Suecia y Finlandia) que poseen los datos numéricos (sobre este tema)”.


La pediatra expresa también preocupación por los casos de arrepentimiento entre jóvenes, así como el auge de la disforia de género entre menores, una tendencia que podría responder al contagio social o la influencia de las redes sociales, algo que la WPATH ya ha reconocido recientemente, y que ahora refleja en sus nuevos protocolos de actuación. De hecho, la organización recomienda una evaluación exhaustiva de cada adolescente para corroborar en qué casos hay disforia de género acusada y prolongada, y en cuáles se desencadenaría por factores sociales y dinámicas de grupo. 


“La corriente está cambiando”, dice Mason en relación a las demandas y voces que piden cautela con los menores. “Creo que, en EE. UU., el futuro se definirá en los tribunales”.


Desde GLAAD, la organización más grande del mundo dedicada a abogar por la inclusión de la comunidad LGBTQ en los medios de comunicación, descartan que posturas como la de Mason tengan validez. En entrevista con este medio, Mónica Trasandes, directora de Medios en Español de la organización, asegura que los casos de arrepentimiento entre adolescentes “representan un número muy pequeño” comparado con aquellos que realizan la transición de forma satisfactoria, e insiste en que la mayoría de éstos la realiza solo a nivel social. También sostiene que los bloqueadores de la pubertad son “reversibles”.


La caldeada polémica en torno a las leyes trans y antitrans en EE. UU. también ha salpicado a los medios de comunicación. Hace unas semanas, GLAAD y una coalición de organizaciones condenaron la cobertura del New York Times en materia transgénero y acusaron al diario de generar un discurso antitrans al que se ha agarrado el Partido Republicano para impulsar medidas estatales que prohíben o criminalizan la transición de género a nivel médico. La coalición exigió, además, una mayor representación de periodistas transgénero en la redacción. El diario, sin embargo, no se doblegó ante ellas y defendió su cobertura del tema.


“¿Te imaginas si a ti o a mí nos empiezan a investigar por el cuidado médico (que recibimos)?”, lamentó Trasandes.

Comments


Commenting has been turned off.

También puede interesarle:

bottom of page