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Promoción aérea con Iberia

En el otoño de 2015, compré un billete de avión de ida y vuelta por Iberia en clase turista desde Los Ángeles a Madrid por algo menos de 900 dólares, la tarifa más económica que había encontrado en años, aunque sin duda no la más barata.


El billete era una auténtica pesadilla aérea para quienes detestan los aeropuertos, las largas esperas, las colas interminables para pasar los controles de seguridad y un sinfín de imprevistos.


Sobrevolando el océano Atlántico hacia Madrid

Sin vuelos directos en aquella época, tenía que meterme el madrugón del siglo para estar en LAX y partir hacia Miami en un vuelo de American Airlines. Y allí, en esas tierras del Golfo de México azotadas por los virulentos huracanes, debía esperar más de tres horas antes de despegar en un vuelo nocturno de Iberia rumbo a mi patria.


Con este escenario torturándome en el subconsciente, unas tres semanas antes de subirme al avión para disfrutar de mi escapada a mi amada España, recibí un correo electrónico y una llamada telefónica de Iberia con una “suculenta” oferta. Me ofrecían la oportunidad de hacer un upgrade al billete y cubrir el trayecto de Miami a Madrid en Business Plus (un híbrido entre Business y Primera Clase) por 500 euros más sobre el precio del billete ya adquirido.


Ignoré el correo. Bueno, lo “trasladé” a la papelera, y simultáneamente me deshice vilmente de la representante que me había llamado.


Ese mismo día, sin embargo, hablé con mi padre por teléfono y le mencioné de pasada la promoción que me había llegado. Me tachó de loca, me instó a que llamara a Iberia inmediatamente y a que pagara el extra que hubiera que pagar para viajar con mayor comodidad y holgura de Miami a Madrid.


“¿Estás loca? Te lo pago yo”, me dijo mi padre.


Por supuesto, no se lo permití y le repliqué que viajaría como una Diosa, pero que yo me financiaría la travesía celestial.


Lo que siguió fue un intento desesperado por mi parte para recuperar la oferta que había dejado que se deslizara entre los dedos de la mano. Tras varias llamadas a distintos departamentos de Iberia en España –no hay duda de que primero me pusieron en la lista de locas–, y luego logré que un trabajador me transfiriera con el departamento de promociones.


La señorita de promociones que me atendió me recordó que en los registros de Iberia constaba que yo había rechazado la oferta telefónica y que ya no podía acogerme a esta. Pero en un gesto de ‘generosidad’ suprema por su parte, eliminó los obstáculos administrativos que impedían que pudiera acogerme a la promoción y que me separaban de mi experiencia en ¡Business Plus!, y compré mi pasaje VIP.


Pagué religiosamente con mi tarjeta de crédito y jamás me he arrepentido por esos minutos de impulsividad desenfrenada y ese gasto extra que a muchos bolsillos les dolería impunemente.


Aunque por una amenaza de bomba en el aeropuerto de Miami (de lo que ya hablaré otro día), el periplo hacia Madrid acabó complicándose de forma irremediable y tuve que pasar la noche y un sinfín de horas en la sala VIP de Miami (Admirals Club), esos 500 euros extra que pagué por viajar en Business Plus justificaron cada euro de mi inversión económica.


No solo me duché en un baño de mármol en la sala VIP del aeropuerto de Miami. También agoté las reservas de vino y las existencias alimenticias del Admirals Club lounge y acabé además con las del vuelo nocturno de Iberia para terminar surcando el planeta con una cogorza del copón, que no impidió que llegara a mi destino final como si acabara de descender del olimpo griego.


(Y por ello, es muy probable que ahora las cláusulas de Iberia y de American Airlines excluyan a los gorrones como yo en sus promociones – ojo, que aquí entono el mea culpa).


Más allá de las formalidades y otros pormenores, por 500 euros extra surqué las nubes y sobrevolé el océano Atlántico tumbada sobre una camita de color gris que se deslizaba de arriba abajo a mi antojo. Parecía una niña con un juguete nuevo. Mi asiento, pegado a la ventana y con un espacio personal amplio, cómodo e íntimo, disponía de varios compartimentos para esconder mis pertenencias.



La televisión, cuyo tamaño era superior al de mi Macbook, me permitía elegir entre una amplia gama de películas y series televisivas. Para aderezar mi experiencia, me regalaron un kit de aseo completo con cepillo y pasta dental, vaselina labial, cremas de mano, una toallita perfumada y calcetines.


Con una tripulación volcada en construir una experiencia inolvidable para mí, una azafata de belleza mediterránea se me acercó y me dio una manta suavizada con Mimosín, mientras me extendía el menú para la cena.


A mi disposición había una generosa selección de vinos y refrescos, el anhelado aperitivo español, la ensalada, el consomé, el primer, el segundo plato, el postre y copas infinitas de champán o de moscato antes de dejarme caer en los brazos de Morfeo.


Es fundamental entender que, en estos vuelos, el viajero tiene prácticamente barra libre en materia de alcohol (siempre y cuando no hagas un ‘Melendi’ en pleno vuelo y la líes parda).


Dicho esto, cuando finalmente alcancé mi añorada España, fui recibida con abrazos de cariño por mis padres, que saltaban con alegría en la terminal satélite de Barajas celebrando mi debut en la clase VIP.


Esta experiencia fue, de hecho, la que abriría ante mí un universo plagado de lujo en mis viajes del que daré fe en mis próximos relatos y del que me gustaría haceros partícipes si es que os apetece embarcaros conmigo en una travesía para conocer los trucos que el proletariado (como yo) puede utilizar para que el lujo celestial esté al alcance de tu mano y para que puedas sacarle jugo a algunas ofertas bancarias que ponen algo más de dinero en tu bolsillo.


Y aunque algunas promociones estén limitadas por el historial crediticio del consumidor, haré mi mejor esfuerzo por ayudarte a superar los escollos que se presenten en el camino para que puedas tener acceso a mejores servicios.


¿Por qué viajar como una sardina enlatada cuando puedes hacerlo como un Dios de la mitología griega?

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